TERCERA PARTE: LAS CARTAS A ELPIDIOVamos a comenzar ahora con el comentario de las Cartas a Elpidio, la mejor y más conocida de las obras del Padre Varela. No puede haber mejor presentación que las palabras de su Santidad. El Padre Varela estaba consciente de que, en su tiempo, la independencia era un ideal todavía inalcanzable; por ello se dedicó a formar personas, hombres de conciencia, que no fueran soberbios con los débiles, ni débiles con los poderosos. Desde su exilio de Nueva York, hizo uso de los medios que tenía a su alcance: la correspondencia personal, la prensa y la que podríamos considerar su obra cimera, las Cartas a Elpidio sobre la impiedad, la superstición y el fanatismo en sus relaciones con la sociedad, verdadero monumento de enseñanza moral, que constituye su precioso legado a la juventud cubana. Durante los últimos treinta años de su vida, apartado de su cátedra habanera, continuó enseñando desde lejos, generando de ese modo una escuela de pensamiento, un estilo de convivencia social y una actitud hacia la patria que deben iluminar, también hoy, a todos los cubanos. Se ha discutido si Elpidio fué una persona verdadera o un recurso literario. Para nosotros es un punto de poca importancia. Elpidio simboliza un cuerpo moral, la población cubana, y en particular su juventud. Varela lo expresa claramente en la presentación de sus cartas.
Para uno de los mejores biógrafos de Varela, Antonio Hernández Travieso las cartas son uno de los mejores tratados de antropología social que se hayan escrito en castellano. Señala con acierto que Varela había vivido mucho, conocido las autoridades coloniales, los políticos españoles, los inmigrantes dedicados a veces a profesiones infamantes, los pobres de toda especie, etc. A ello añadiríamos que tenía la percepción y sensibilidad del exiliado político en otra tierra. El exiliado piensa y compara, es parte de su exilio. En un pensador nato como Varela el producto inevitablemente sale depurado. Sus observaciones sobre la naturaleza humana se desenvuelven en el plan de la obra: las cartas sobre la superstición, la impiedad y el fanatismo, no sólo examinan esos tópicos sino quiénes son supersticiosos, impíos o fanáticos y por qué lo son. Pero el padre con su acostumbrada modestia las llama “avechucho que puede acarrearme algunos enemigos, pero ya es familia a cuyo trato me he habituado pues hace rato que estoy como el yunque, siempre bajo el martillo. Vivo sin embargo muy tranquilo pues el tiempo y el infortunio han luchado en mi pecho, hasta que convencidos de la inutilidad de sus esfuerzos me han dejado en la posesión de mis antiguos y nunca alterados sentimientos” ¿Por qué esparcen la muerte los depositarios de la vida? ¿Por qué aborrecen los que nacieron para amar? ¿Por qué cubre la tristeza unos rostros en que debe brillar la alegría? ¿Qué causas funestísimas convierten la sociedad de los hijos de un Dios de paz en inmensas hordas de Ministros del furor? La respuesta hay que encontrarla según él en los tres horribles monstruos que corren por todas partes inmolando nuevas víctimas y ellos no son sino la impiedad, la superstición y el fanatismo. “Estos monstruos han sido el objeto constante de mis observaciones; he procurado seguir sus pasos, observar sus asechanzas notar sus efectos y descubrir los medios que emplean para tantas atrocidades....y que.......por diversos caminos van a un mismo fin que es la destrucción del género humano” Es el Varela de siempre, filósofo y experimentador hombre devoto y práctico que quiere entender como y por qué ocurren los desastres morales y que le dice a su figurado Elpidio: “como la amistad es el bálsamo del desconsuelo, permíteme que deposite (en tu) alma los sentimientos de la mía y que en una serie de cartas te manifieste los resultados de mi investigación.” Comienza Varela con la impiedad, o sea el descreimiento, tan de moda hoy en día. Hay tres tipos de descreídos o impíos. Unos pretenden desconocer a Dios y niegan su origen para llevar acabo unas ideas que jamás pudieron satisfacerlos. “Semejantes a un demente que por extraña manía viendo la tierra toda iluminada dijese : el sol no existe .” “Otros confiesan que hay un Ser Supremo pero quieren que reciba sus órdenes, que todo sea conforme a sus ideas que todo halague a sus pasiones.....y concluyen por confesar un Dios que es no es Dios...un Ser Supremo sujeto al capricho de sus criaturas” “Hay otros que obstinados en sus vicios confiesan que hay un Dios y que ha dado una ley pero movidos por una horrible desesperación no quieren obedecerle y renuncian a su felicidad eterna.” ¿Por qué,--se pregunta Varela-- es que el impío se esfuerza en propagar su impiedad? ¿Si la vida es todo lo que cuenta y la felicidad consiste en pasar bien los pocos días que estamos sobre la tierra entonces es claro que la felicidad es un término relativo y si el piadoso o creyente encuentra en su piedad la felicidad por qué privarle de ella? Su respuesta es lúcida. El impío vive inquieto, tiene dudas sobre sus aseveraciones. Varela lo compara a un orgulloso piloto que debe conducir una nave, pero empieza a dudar de su pericia, de sus cálculos y teme la proximidad de un peligro cierto. Por obstinación no quiere confesar su error, “da pábulo a una infundada esperanza fruto de su vanidad y se entrega a la suerte que ya por signos bien sensibles indica que ha decidido su ruina” “Obsérvalo confuso y pensativo, ora silencioso y ora triste, ora iracundo y arrojado, procurando disimular su agitación y dando pruebas de ella: los libros no dicen lo que él quiere, la naturaleza dice abiertamente lo contrario y el tiempo juez inflexible va a dar muy pronto su irrevocable sentencia; los que por desgracia están bajo su dirección y le han confiado el precioso tesoro de sus vidas, empiezan a dudar unos, a temer otros y muchos a decir abiertamente que los lleva a la muerte” “No hallando en la soledad el consuelo va a buscarlo entre sus desgraciados compañeros a quienes procura alucinar de mil maneras. Sus preguntas lo embarazan....siéntese inclinado a abrir su corazón pero al momento se acusa de debilidad, hace un esfuerzo de despecho que el llama de heroísmo y determina aparecer siempre sereno, sea cual fuere el penoso estado de su espíritu.” Los incrédulos siempre declaman pomposamente sus ideas pero al padre se le asemejan a los quejidos de un enfermo. “¡A cuántos he oído decir que quisieran creer porque sin duda serían felices! No es esta una franca confesión ...de que el infiel vive en tormentos?” “Estos espíritus fuertes son muy débiles cuando entran en lucha con sus preocupaciones aunque tanto se glorían de haber destruido las ajenas” “¿No es la imagen que acabo de presentarte la del hombre más desgraciado sobre la tierra? Pues tal es la imagen del impío. Compáralo con el original y te convencerás de su exactitud.” ¿Y qué hace el impío según Varela para aliviar su inquietud y obtener algún consuelo? Pues busca quien le apruebe lo que dice. ¿No ves con cuánto empeño procura obtener sufragios? Pues no es otro su objeto sino encontrar probabilidad a sus ideas por su difusión. Reconoce su debilidad...y para acallar las inquietudes que ella le causa, quiere convencerse a sí mismo que es un recelo infundado, pues no es probable que muchos entendimientos perciban del mismo modo sin que haya sólidas razones para esta unidad.” Nos explica el Padre que esta constancia no se funda en el amor a los semejantes sino todo lo contrario, se funda en los principios básicos de la impiedad que postula que todos los hombres son meros instrumentos de que debemos servirnos sin cuidar mucho de ellos, y que los que se les asemejan en impiedad no pueden ser de mucha utilidad. La explicación es precisa Expone claramente lo que ya postulaba al principio de la obra: “La impiedad es la causa del descontento individual y social.” El hombre que no cree no respeta a nada ni a nadie. Su Dios son sus pasiones y para conseguirlas arrolla con todo o se somete a la más vil servidumbre. Las más de las veces deambula confuso o alucinado presa de la ilusión o fantasía del momento. El primer libro de las cartas causó sensación en La Habana. Gobernaba a la sazón Miguel de Tacón, militar derrotado en Sudamérica que sentía una profunda ojeriza por los criollos. Era un gobernador de camarilla y de negocios sucios, altanero y totalitario. Su palabra era la ley pues gobernaba con facultades de gobernador de plaza sitiada, facultad concedida a los mandarines de turno por el Rey. Era partidario vergonzante de la esclavitud. Simulaba cumplir los tratados en contra del tráfico pero secretamente lo permitía y lucraba con él. No es de extrañar pues que el cúmulo de los defectos morales que apuntaban las cartas fueran prontamente achacados a Tacón, militar suspicaz,vengativo y déspota a cuya camarilla venían al dedo las palabras de Varela : “enemigos de todos y tiranos de sí mismos viven temiendo y odiando.....¿Quieres más Elpidio? El cuadro es lastimoso y nada más se necesita para convencernos “ La impiedad nos dice el Padre “destruye la confianza de los pueblos y sirve de apoyo al despotismo” Así comienza Varela su segunda carta, repleta de sana doctrina. Nos explica el por qué de su aseveración con estas palabras: “difundida pues la impiedad en el cuerpo social destruye los vínculos de aprecio y a la manera de un veneno corrompe toda la masa y da la muerte. El honor viene a ser un nombre vano, el patriotismo una máscara política la virtud una quimera, la confianza una necesidad. ¿ Crees que exagero Elpidio? Reflexiona y verás que solo copio. El impío es el hombre del momento mas el justo es hombre de la eternidad” “Un incrédulo vive sólo para gozar en este mundo cuanto pueda; y según sus principios es un tonto si pudiendo gozar no goza por voces insignificantes de virtud y honor; mas, según sus mismos principios y los de la sana moral, son mucho más tontos que él los que tienen la simpleza de fiarse de sus palabras. Es una fiera encadenada por las leyes; mas si está al alcance una víctima, o si fallan las cadenas, la destrucción es segura” Como vimos en la alocución del santo Padre, citaba en ese entonces la preocupación de Varela con las leyes y el Estado de Derecho. El párrafo que hemos citado es muestra de ese interés. Varela pensaba que la infracción continuada de las leyes de una sociedad es la forma de destruirlas “Infringidas las leyes en gran número llega el pueblo a habituarse a estas infracciones y poco a poco va preparándose el terreno para levantar otro monumento al crimen. Anuladas las leyes y sueltas las pasiones entran los hombres en guerra funestísima e inevitable.....es guerra de perfidias, de asechanzas y vilezas y en esta clase de combates el despotismo conoce ....cuanto pueden servirle los impíos.” Conocen sin embargo los déspotas el material en que se basan y se ven según nuestro filósofo en la dura necesidad de halagar y reprimir a sus agentes. “Quiero decir--nos relata-- que los déspotas para cimentarse permiten a veces los excesos...y otras contienen(las) demasías sometiéndolas al mismo cetro de hierro con que gobiernan al pueblo inocente” Definitivamente el Padre Varela no podía ser bien visto por la monarquía española. Cita a Santo Tomás para hacer la pregunta ¿Separada la justicia que otra cosa son los reinos sino unos grandes latrocinios? Y en Ezequiel 22:27 se dice: Sus príncipes en medio de ella como lobos que roban la presa. Relata la anécdota en que Alejandro el Magno al interrogar a un pirata que había prendido le preguntaba que le parecía su crimen de infestar los mares, a lo que éste con franqueza respondió: “lo que a ti respecto al orbe... pero como yo lo hago con un buque pequeño me llaman ladrón, pero a ti te llaman emperador.” ?Y es que en su prédica libertaria y moral tocaba todas las clases sociales. Hace el elogio de los militares justos, aquéllos que según frase bellísima “poseen el valor que no teme la muerte por la justicia pero sí temen el darla sin ella; aquel valor imperturbable por las amenazas del crimen pero siempre sumiso...a la voz de la virtud”. Y para remachar compara a los militares justos con la “condecorada canalla cuya osadía e impunidad se basan en el abuso de las armas que se pusieron en sus manos para la defensa de la patria. Un ejército justo será siempre un consuelo para el pueblo, así como uno inicuo será siempre su infortunio.” Varela había visto y sufrido los excesos de los militares golpistas en España y de los sicarios de los gobernantes venales como el General Vives. No en balde le despachó al “Tuerto Morejón” para que acabara con él. Sobre toda su obra se impone su condición de cristiano y sacerdote fiel: “varias veces he meditado mi caro Elpidio sobre la analogía entre la iglesia Católica y las sociedades libres, y siempre he concluido que la libertad y el cristianismo son inseparables; y que ésta cuando se halla perseguida sólo encuentra refugio en el templo del Dios de los cristianos. En los umbrales de esos sagrados asilos quedan detenidas las obras del orgullo humano y sólo entra la obra de Dios---el hombre....una nación cristiana forma un inmenso templo....la libertad nada teme cuando la virtud está segura y el poder se ejerce con aprobación y sin obstáculos cuando la justicia y no la perversidad guía a los que mandan”. No podía hablar de otro modo, la víctima de un burdo complot de asesinato urdido por quien decía representar al trono español. Con la misma pasión, ataca a los sacerdotes infieles que se jactan de ser liberales “sin ser más que unos viles aduladores de una partida de perversos que tienen la audacia de llamarse hombres libres como si pudieran serlo los esclavos del demonio.” Los critica por sacrificar la doctrina evangélica sólo por granjearse el aprecio del mundo. Siente Varela que la Iglesia sufre por ellos y nos dice que no dista mucho de la opinión de un compañero virtuoso que reduciría a dichos sacerdotes al estado seglar. La Superstición El próximo tema abordado por el Padre fué la superstición. Definía la superstición con su habitual claridad. Se trata “ de (adorar) a una divinidad fingida o (tributar) un culto absurdo a la verdadera” Le preocupaba tanto el crear ídolos ficticios como el exagerar para fines ulteriores el verdadero culto. Tenía en mente a los defensores del altar y el trono, que defendían al sistema monárquico como de derecho divino. Aclara que es de Dios que existan autoridades para que la sociedad se gobierne, pero “gobernar no es matar sin ton ni son orden o concierto, sino gobernar a un pueblo de modo justo para conducirlo a la felicidad....... decretar lo justo no consiste en infringir los derechos de sus súbditos con leyes arbitrarias....... los supersticiosos siempre han confundido la cuestión de la obediencia con la de la justicia. ......una cosa es obedecer por evitar males mayores y otra cosa es legitimar la injusticia”. Varela arremete contra todos los ídolos. El poder es el mayor de ellos y el más difícil de contentar. “Por más protestas que hagan los gobernantes, el placer de mandar es una miseria de la naturaleza humana de la que no pueden librarse. Fórmase pues un ídolo del Poder que como falsa deidad no recibe sino falsos honores y el que lo ejerce es el primer miserable a quien cautiva.” Nos explica que muy pronto se sucumbe a la tentación de interpretar o hacer las leyes a la pura conveniencia de los que mandan o a infringir las leyes inventando razones para hacerlo . “El temor congrega a otros muchos....que teniendo parte en la acción gubernativa, procuran extender el imperio de la arbitrariedad, cuya consecuencia necesaria es la tiranía.” “Los buenos gobernantes son unos hombres justos que resisten y vencen una tentación muy poderosa y.....son muy raros para desgracia del linaje humano. La generalidad de los mandarines si no son tiranos desean serlo... he aquí porque he dicho que la tiranía es el ídolo de casi todos los gobernantes” ¿Qué se opone a esta situación? Para Varela hay dos principios protectores, la opinión y la religión. La opinión anima a la sociedad y la religión rectifica la conciencia. “Los tiranos entronizan la superstición para destruir uno de estos principios, cuya ruina causa la del otro y se quedan sin barrera alguna “ “Las ideas religiosas forman la opinión popular y si se sustituye la pura doctrina por un fárrago de supersticiones queda el pueblo sin religión y sin opinión rectificada; de modo que la tiranía no encuentra obstáculo en su marcha” ¿Cuál es la función de la Iglesia frente al trono o el Poder? Empecemos con la definición que da Varela de la Iglesia. Para el padre “la Iglesia es el conjunto de los creyentes bautizados que guiados por la luz de la fe, unidos con el vínculo de la caridad.......nutridos con los sacramentos corren por la senda de la virtud y de la paz hacia el centro de la felicidad bajo el eterno pastor que es Cristo y su vicario que es el Papa.” “La Iglesia sólo espera del trono o del poder que remueva todo obstáculo civil que pueda oponerse a tan elevados fines....mas no depende del trono el que los consiga....a veces se ve en la dura necesidad de oponerse al trono para corregir sus demasías como lo hizo, San Ambrosio con el emperador Teodosio y lo han hecho muchos otros santos prelados.......no quiero quitar a la iglesia la protección que debe recibir; pero sí quiero sacarla de una esclavitud en que no debe estar haciéndola juguete del trono......el trono rara vez concede prerrogativas al cuerpo eclesiástico para honrar a la Iglesia, por lo regular se intenta esclavizarla, comprando a los eclesiásticos perversos y engañando a los tontos.” El padre no se andaba con chiquitas y decía las cosas como son, en un lindo castellano. Es un hombre práctico y experimentado. La solución para evitar problemas es instruir. Los males intelectuales se curan yendo a contrario de la misma naturaleza que los causó o sea por reflexión y convencimiento. ¡Qué sabias palabras! Nada de esperar con un quietismo a que el tiempo arregle las cosas. Nos dice textualmente: “me parece una solemne mentecatada el no apresurar los goces de las ventajas populares, contentándonos con la consideración de lo que otros gozarán cuando las semillas que sembramos produzcan los frutos deseados....el hombre está obligado a buscar su perfección y la de la sociedad en que habita y cuando haya llenado ese deber, enhorabuena que piense en sembrar para las generaciones que existirán cuando el haya desaparecido.” Las cartas sobre la superstición continúan con una serie de reflexiones y anécdotas sobre sus experiencias en Estados Unidos que no siempre fueron buenas en el plano personal pues tuvo que sufrir una época de agudo anticatolicismo que se proyectaba sobre sus feligreses que a menudo tenían que sufrir burlas y diversos ataques. Varela con su buen juicio clasifica la tolerancia religiosa en tres partes. Existen la tolerancia legal, la social y la teológica. La teológica le parece imposible pues la verdad sólo puede ser una; la social es muy difícil pues las personas no gustan de convivir con sus opositores ideológicos, pero expresa que la legal sí funciona y es la única a que puede aspirarse para convivir en una sociedad con diversidad de credos. Nos relata sus experiencias en este sentido y reconoce que jueces y jurados siempre han protegido escrupulosamente la libertad de conciencia estipulada en la Constitución Norteamericana. Alaba el “tino social” de los norteamericanos que saben hasta donde puede llegar la desavenencia, limitándola precisamente en el punto en que amenaza la estabilidad social. Y este punto siempre es el de la libertad de conciencia y de opinión. Puedes decir lo que quieras y proponer lo que quieras pero tienes que convencerme, no imponérmelo. No tuvieron gran éxito las cartas sobre la superstición. Su relato sobre los problemas de los católicos en Estados Unidos en esa época, no fueron bien recibidos por los opositores al régimen colonial. Tal vez pensaron que atacaba al paradigma que ellos querían presentar como modelo. No era así y Varela quedó dolido. El tercer tomo sobre el fanatismo no llegó a publicarse y Varela con su buen humor de siempre se pinta como modelo de fanático por ponerse a imprimir libros sin recursos con que hacerlo. Debía una buena cantidad al impresor. Pero, quedó dolido como dijimos. Varela dedicaba sus horas de reposo a los menesteres patrióticos, horas que no eran muchas y que sacrificaba gustoso y al mismo tiempo quedaba preocupado de no poder dar más. Por eso nos dice que no publicar las cartas sobre el fanatismo lo aleja de lo que calificaba de una quimera y lo deja dueño de un “egoísmo racional”. “Heme aquí, totalmente libre....sin lazos con ningún país de la tierra.....yo soy mi mundo, mi corazón es mi amigo, y Dios es mi esperanza.” No era cierto, nunca podría el buen Padre disfrutar de ningún egoísmo, lo que antecede es sólo una queja de patriota, que superó bien pronto. Los asuntos pastorales le consumían la mayor parte de su tiempo. Como siempre andaba ocupadísimo y muy solicitado como polemista. Editaba dos nuevos periódicos “The Childrens Catholic Magazine y el New York Catholic Register. Organizó por entonces la primera Sociedad Católica de la Templanza para evitar el consumo de bebidas alcóholicas y como de costumbre el nuevo obispo que sucedió a Dubois lo hizo su hombre de confianza nombrándolo Vicario durante su ausencia en Europa. Es que Varela no aspiraba a nada pero resolvía todo con prudencia. No podía haber Vicario más seguro en que delegar. Una buena idea del concepto en que se le tenía la provee un periódico de la época, en una traducción que nos brinda su biógrafo Hernández Travieso. Era el año 1847 y el Freeman’s de New York escribía: “ Los que tienen el hábito de deambular por las calles de esta ciudad, se habrán percatado alguna vez de un caballero de baja estatura, débil porte y gesto humilde que suele caminar con gesto abstraído entre la multitud . El luce como desapercibido de las numerosas y bien ataviadas personas que le saludan a su paso. Y si se detiene a hablar es para hacerlo con algún pobre arrapiezo, cuya cara sucia se torna brillante al sentirse reconocido por alguien que es amado por todo el mundo” Continúa la crónica relatando su día. Visitante de angostas y malolientes callejuelas para llegar a tugurios donde un moribundo espera los sacramentos, para después de cumplida esta misión dejar una buena limosna a la necesitada prole. Y vuelta a su casa para encontrarla repleta de personas que acudieron por él disponiéndose con su habitual caridad a repetir muchas veces la escena anterior o una similar. “No hay duda él es el padre y amigo. Cuanto posee lo da con tal munificencia que en ocasiones carece de lo imprescindible para mantener lo más común y elemental al sostenimiento de su vida. A todos brinda consejo y admonición pero sin palabra afectada ni en tono ni gesto. Por eso sus consejos se atesoran en el corazón y aún sus admoniciones son recibidas con tal gratitud.” Y al mismo tiempo reconoce la publicación que Várela unida a esa humildad posee “un talento de primerísimo orden” que le hace acreedor de que busquen su consejo personas muy preparadas que reconocen que Varela posee “un discernimiento tan perspicaz de los negocios del mundo como candorosa es la simplicidad de su alma” Es el modelo que hemos visto idealizado por el Padre Varela: reciedad de carácter e ingenuidad, a lo que también añade el diario Neoyorkino la perspicacia, cualidad que los nativos de esa ciudad suelen apreciar y juzgar con sagacidad. “Podría hacerse orgulloso por esto pero no pierde su humildad. Y no se juzgue arbitrario el débil escorzo de débil trazo que emprendimos del humilde y laborioso, del pío, del caritativo, culto sacerdote, fiel seguidor del manso y humillado Maestro, cuyo retrato hemos realizado con suma imperfección, para que semeje en algo a la disposición y al carácter del Doctor Varela, bien amado pastor de la Iglesia de la Transfiguración” Pero ya el tiempo hacía sus estragos. Varela padecía de asma y el clima de New York le hacía sufrir mucho en los inviernos. Se gastaba poco a poco y tuvo que ir a pasarse unos meses en el San Agustín de la Florida donde se había criado. Se repuso y volvió a su parroquia de la Transfiguración, pero la mejoría fué fugaz. Tuvo que aceptar el retiro y a San Agustín se marchó. El párroco de esa ciudad que lo tenía por santo le asignó una habitación en el edificio de la escuela parroquial. Allí disfrutaba tocando el violín para los niños y gozaba de la tranquilidad de una población sin ruido, porque como decía “las calles aquí están hechas de arena “ Desde San Agustín respondía a su hermana que lo instaba a volver a Cuba. “ Mi separación de mi Patria es inevitable y en esto convienen mis más fieles amigos. Acaso yo he tenido la culpa por quererla demasiado. Pero he aquí una sóla culpa de que no me arrepiento”. Era el mismo Varela que años antes se había negado a acogerse al indulto del gobierno español porque “no era un criminal “ y porque le parecía indigno. Varela ofrecía su exilio como sacrificio pero jamás sus principios. Desde La Habana le visita Betancourt Cisneros diciéndole que si Cuba no era de él , él era de Cuba y que Cuba nunca renunciaba su derecho a Varela. Esta preocupación constante por su Patria y por su ministerio sacerdotal, fué tocada por el Santo Padre. Toda la vida del Padre Varela estuvo inspirada en una profunda espiritualidad cristiana. Esta es su motivación más fuerte, la fuente de sus virtudes, la raíz de su compromiso con la Iglesia y con Cuba: buscar la gloria de Dios en todo. Cuando se encontraba al final de su camino, momentos antes de cerrar los ojos a la luz de este mundo y de abrirlos a la Luz inextinguible, cumplió aquella promesa que siempre había hecho: "Guiado por la antorcha de la fe, camino al sepulcro en cuyo borde espero, con la gracia divina, hacer, con el último suspiro, una protestación de mi firme creencia y un voto fervoroso por la prosperidad de mi patria" (Cartas a Elpidio, tomo I, carta 6, p. 182). Uno de sus alumnos Lorenzo de Allo lo fué a visitar desde La Habana. Lo vió “viejo, flaco, venerable de mirada mística.“ Era la Navidad de 1852. De Allo, volvió escandalizado a la Habana al ver su pobreza y soledad. Quería traerlo a Cuba a morir rodeado de los que lo querían Un admirador habanero, Gonzalo Alfonso se siente indignado por el abandono en que se encontraba el que fuese mentor de sus hijos y ordena a su banquero en New York que le gire dinero a Varela. Quién era ese banquero si no nuestro viejo conocido John Lasala. Al enterarse, Lasala se molesta y va a contárselo al sucesor de Dubois, el obispo Hughes. Hughes, alega ignorar las circunstancias de Varela. Lo nombra pastor perpetuo de la Iglesia de la Transfiguración y le asigna una renta anual de quinientos dólares. Fué demasiado tarde. El 3 de Marzo de 1853 llega de La Habana otro alumno, José María Casal listo a trasladarlo a la patria y pregunta de inmediato por el Padre Varela. Le informan que ha muerto el viernes 25 de Febrero de 1853 y que fué sepultado el 26. El párroco Aubril, le relata algunos detalles de la muerte del Padre. Siempre le consideramos un santo. El día de su muerte me mandó a llamar y pidió el Viático. Cuando iba a suministrárselo me interrumpió para decir: “Tengo hecha una promesa y debo cumplirla. Protesto ante Dios y ante los hombres que he creído siempre y creo firmemente que en esa hostia está el mismo cuerpo y espíritu de Nuestro Señor Jesucristo Salvador del mundo ¡Venid a mí Señor!” Se corrió la voz de su muerte inminente y muchos fieles acudieron. Le solicitaban la bendición para sus hijos, entre otros una mujer protestante Várela accedió pero le dijo que lo hacía con la intención de obtener la gracia de la conversión de ella a la fe católica. Ella asintió y se postró ante él. Pidió ser enterrado junto a su tía en una simple fosa. Sus alumnos querían llevarse el cuerpo a descansar en tierra cubana, pero los feligreses de San Agustín no lo consentían. Se les permitió sin embargo costear y erigir un mausoleo. El 6 de Noviembre de 1911 se exhumaban los restos para trasladarlos a La Habana y depositarlos en el Aula Magna. Su herencia es inestimable. Ha habido pocos patriotas de sentimientos tan puros y desinteresados que cumplieran al mismo tiempo con sus obligaciones en la forma que lo hizo Varela. Antes de concluir nuestra serie de programas oigamos el resumen que el Santo Padre hace de la obra de Félix Várela Siervo de Dios y de su Patria. Esta es la herencia que el Padre Varela dejó. El bien de su patria sigue necesitando de la paz sin ocaso, que es Cristo. Cristo es la vía que guía al hombre a la plenitud de sus dimensiones, el camino que conduce hacia una sociedad más justa, más libre, más humana y más solidaria. El amor a Cristo y a Cuba, que iluminó la vida del Padre Várela, está en la raíz más honda de la cultura cubana. La antorcha que, encendida por el Padre Varela había de iluminar la historia del pueblo cubano, fue recogida, poco después de su muerte, por esa personalidad relevante de la nación que es José Marta: escritor y maestro en el sentido más pleno de la palabra, profundamente democrático e independentista, patriota, amigo leal aún de aquellos que no compartían su programa político. Él fue, sobre todo, un hombre de luz, coherente con sus valores éticos y animado por una espiritualidad de raíz eminentemente cristiana. Es considerado como un continuador del pensamiento del Padre Várela, a quien llamó "el santo cubano. En este país, la mayor parte de los artífices de la cultura -católicos y no católicos, creyentes y no creyentes- son hombres de diálogo, capaces de proponer y de escuchar. Los animo a proseguir en sus esfuerzos por encontrar una síntesis con la que todos los cubanos puedan identificarse; a buscar el modo de consolidar una identidad cubana armónica que pueda integrar en su seno sus múltiples tradiciones nacionales. La cultura cubana, si está abierta a la Verdad, afianzará su identidad nacional y la hará crecer en humanidad. Peregrino en una Nación como la suya, con la riqueza de una herencia mestiza y cristiana, confío que en el porvenir los cubanos alcancen una civilización de la justicia y de la solidaridad, de la libertad y de la verdad, una civilización del amor y de la paz que, como decía el Padre Varela, "sea la base del gran edificio de nuestra felicidad". Para ello me permito poner de nuevo en las manos de la juventud cubana aquel legado, siempre necesario y siempre actual, del Padre de la cultura cubana; aquella misión que el Padre Varela encomendó a sus discípulos: "Diles que ellos son la dulce esperanza de la patria y que no hay patria sin virtud, ni virtud con impiedad". Imposible decirlo mejor. Varela es un caso excepcional en que se conjugan cualidades que pocas veces se encuentran juntas. Patriota a machamartillo, hombre de carácter recio que mantiene sus principios, pensador al tanto de las últimas ideas muchas veces heterodoxas; y al mismo tiempo sacerdote ortodoxo, tierno pastor de almas, maestro solícito de sus discípulos. Es un ejemplo para los tiempos actuales que prueba que se puede vivir en el mundo y no dejarse vencer por él sino alumbrarlo con la luz del Divino Maestro, sobre todo iluminándolo para la juventud, esa juventud que de nuevo nos recuerda el Santo Padre al citar las palabras de Varela, palabras que no nos cansamos de repetir: “ellos son la dulce esperanza de la Patria y no hay Patria sin virtud ni virtud con impiedad.”
Nota bibliográfica: P.O. Box 450353 Shenandoah Station Miami Fla. 33245-0353. U.S.A; fax 305-642-7978 los tiene disponibles. La mejor biografía a nuestro juicio es la de Antonio Hernández Travieso la cual hemos seguido en las citas traducidas al español de artículos de la época y en el plan general de la vida del Padre Varela. Agradecemos al autor ya fenecido su gran preocupación cubana y el cúmulo de datos que allegó y nos donó. Lamentablemente la reimpresión hecha por las Ediciones Universal está agotada, pero es posible que se reimprima de nuevo, aunque no de inmediato.
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