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Oswaldo F. Hernández Campos
Nacido en La Habana el 29 de noviembre de 1940. Hijo de Oscar Hernández Pérez, natural de San Juán de los Yeras, Provincia de Las Villas, y de Dulce Campos Lozano, natural de Santa Clara, Las Villas. Los dos abuelos, Manuel Hernández Leal, y Ricardo Campos Martínez, miembros del Partido Liberal, fueron electos a la Cámara de Representantes de la República de Cuba. Manuel Hernández Leal fue dueño del Central Pastora, en San Juán de los Yeras, junto con Zoilo Marinello, y más tarde compró el Central Carmita, cerca de Santa Clara, junto con el General Gerardo Machado, antes de que este fuera electo presidente. Más tarde le vendió su parte a Machado, y se dedicó a la industria del alcohol, fundando y operando la Destilería Villaclara, en la ciudad de Santa Clara. A su fallecimiento en 1956, era presidente de la Asociación de Destiladores de Cuba, que intentó que un porcentaje de la gasolina consumida en Cuba utilizara el alcohol cubano, derivado de la caña de azúcar (orgánico) como el aditivo necesario para elevar el octanaje de la gasolina. Las compañías de petróleo norteamericanas, sín embargo, especíalmente la Standard Oil de Nueva Jersey (ESSO/EXXON), se opusieron a este proyecto, y repartieron fuertes sumas de dinero en la isla para que se lograra aceptar el dañino y altamente contaminante plomo como aditivo. Por sus líneas maternas, Hernández Campos desciende del gobernador de la Florida española, Pablo de Hita y Salazar (1675-1680), y de los “de la Torre (González de la Torre)” de Puerto Príncipe/Camagüey, que llegaron a Cuba alrededor de 1580, al mismo tiempo que los “González de la Torre” de La Habana. Hernández estudió la enseñanza primaria en el Cathedral School, escuela y catedral de la numerosa comunidad anglicana y episcopal que residía en La Habana metropolitana. La segunda enseñanza la cursó en el Colegio de Belén, de donde se graduó en 1958, bastante precipitadamente, pues dos años antes se había unido al clandestinaje del Movimiento 26 de Julio/Sección de Acción y Sabotaje. Actuando directamente bajo la dirección del Coordinador Nacional, Faustino Pérez, más tarde general de Brigada, Hernández, junto con compañeros de Belén y otros, coordinaron el cierre de las instituciones estudiantiles Instituto de Marianao, Instituto del Vedado, y el Colegio de Belén, en la fracasada huelga general de abril de 1958. Hernández salió entonces a estudiar durante un semestre al Chauncy Hall Prep School, en Boston, de donde continuó a estudiar durante un año en la Universidad de McGill, en Montreal, Canada. Donde también estudiaba un numeroso grupo de estudiantes cubanos. Hernández fue altamente responsable por el incremento de comercio entre Cuba y Canadá, convenciendo a aquellas amistades suyas cercanas a Fidel Castro (Faustino Pérez y otros), a que Castro visitara Montreal en 1959, siendo el coordinador de su visita, junto con la Cámara de Comercio de Montral, y actuando como intérprete del mismo durante su estancia en esa ciudad. Hernández regresó a Cuba en 1959, y aparte de ingresar en las filas del Ejército Rebelde, bajo el comandante Sangenís, en el Buró de Narcóticos del DIER (Departamento de Inteligencia del Ejército Rebelde), continuó estudiando ingeniería en la Universidad de Villanueva, como también trabajando en el Departamento de Tráfico (Operaciones) de Cubana de Aviación en el Aeropuerto Internacional José Martí.
Desde el principio de la Revolución, Hernández publicamente se manifestó totalmente en contra de los fusilamientos que estaban tomando lugar en Cuba, especialmente en contra de los juicios celebrados a los pilotos de la Fuerza Aérea de Cuba en Santiago, en que el dictamen de los jueces fue revertido por órdenes directas de Fidel y Raúl Castro, y otros miembros de la cúpula superior del gobierno. Asimismo, Hernández comenzó a expresarse públicamente en contra de la obvia adulación ciega y tonta de la figura de Fidel Castro que se estaba llevando a cabo oficialmente. A mediados de 1959, estando Hernández en su casa, vió en las noticias por la televisión, que dos amigos suyos, Luís Morse (lo había conocido en Boston) y Jorge Castellví, de Santiago de Cuba, que había estado estudiando con Hernández en Montreal, participaban en un acto de apoyo a Luís Conte Agüero, que había sido condenado a muerte por Fidel Castro por atacar la marcha obvia del gobierno hacia una filosofía y un sistema marxista. Afuera de la estación de televisión, las cámaras mostraban una gran turba pro-marxista, que aparentemente quería linchar a los que dentro del estudio de la CMQ, apoyaban a Luís Conte Agüero. En unos 15 minutos, Hernández, que vivía en el reparto de La Sierra, en Marianao, llegó frente a los estudios de la estación.
Pistola e identificación en mano, Hernández entró al edificio y salió del mismo acompañado de sus dos amigos. Alrededor de ellos la turba se silenció, cuando Hernández caminó hasta su carro y ellos montaron en el vehículo.
Hernández continuó manifestándose públicamente en contra de los comunistas que diariamente ingresaban en las filas de las fuerzas armadas. Posteriormente, Hernández participó en las manifestaciones anti-marxistas que se llevaron a cabo frente a la Iglesia de Jesús de Miramar, y en la Plaza de la Catedral, donde el pueblo se unió a la misma. Cuando fuerzas de seguridad de la policía (DTI) llegaron a la plaza, y comenzaron a arrestar a personas que ahí se manifestaban, Hernández vió que un amigo suyo, con el cual había comenzado a reunirse regularmente, y a “conspirar,” José Ramy, había sido arrestado y metido en un carro patrullero. Hernández fue y abrió la puerta trasera del carro patrullero del lado opuesto donde se encontraba el teniente que estaba a cargo del contingente, y le dijo a su amigo que saliera y se fuera. Al percatarse de la acción, el teniente, enfurecido, fue y le preguntó a Hernández, en términos por supuesto, bastante vulgares, que que era lo que había hecho. Hernández, todavía más airadamente, demandó del teniente su identificación, y comenzó a insultarlo también, diciéndole que los miembros del aparato de inteligencia de la policía eran unos imbéciles, y que no sabían lo que estaban haciendo, mientras, los gritos de “Cuba Sí, Rusia No!” se hacían oir por toda la plaza. Hernández, que como hemos mencionado, estudiaba en Villanueva, se matriculó como estudiante de Derecho Diplomático en la Universidad de la Habana, para poder participar en la lucha que se estaba comenzando a librar dentro de ese plantel. Hernández comenzó a actuar bajo las ódenes de Gregorio del Campo, cubano-asturiano que de niño tuvo que sufrir el sitio de Oviedo por las fuerzas rojas, y que más tarde se graduó de la Academia Militar de Zaragoza, y sirvió durante dos años en el Norte de Africa en las filas de la Legión Extranjera del Ejército Español. Del Campo era niembro del MRR en la Universidad de La Habana, y era asistente del gran líder estudiantil y mártir de la patria, Pedro Luís Boitel. Para la confrontación final que tomó lugar en la universidad, el día que las fuerzas pro-Castristas expulsaron de la misma a Manuel Salvat y a Alberto Müller, Hernández se presentó en el plantel con una decena de metralletas y pistolas que se había llevado de su estación/guarnición del DIER. Como todos sabemos, nada llegó a tomar lugar, pues el liderazgo anti-comunista no se presentó en la universidad.
Aunque Hernández quiso unirse a las fuerzas anti-marxistas que comenzaban a operar en el Escambray, la llegada a Cuba desde Miami, de individuos que representaban a la CIA y al Frente Revolucionario Democrático, y que querían también reclutar a cubanos en Cuba , para que formaran la fuerza invasora que se estaba formando en el extranjero, Hernández y del Campo determinaron que era mejor que del Campo permaneciera en Cuba, mientras que Hernández se marchase a Miami. Hernández salió de Cuba el 17 de agosto de 1960, y regresó unos meses después como miembro de la Brigada Ligera de Asalto 2506, Batallón 6 de Infantería. Nientras tanto, había sido miembro fundador del Directorio Revolucionario Estudiantil, donde Oscar Cerallos (Rescate), Secretario de Inteligencia y Comunicaciones le nombró su ayudante. Hernández fue capturado en Bahía de Cochinos, después que su barco, el Río Escondido, fuera hundido por un caza-bombardero Sea Fury de la Fuerza Aérea de Cuba, y que el , después de un día en combate, siendo diabético desde la edad de diez años, y habiendo sido sus medicinas hundidas junto con el barco, cayera en un “coma hiperglicémico,” que lo mantuvo inconsciente por nueve dias. Estando semi-consciente, Fidel Castro personalmente entró a la casa/bodega donde Hernández se encontraba tirado en el piso, que momentos antes había sido capturada por las tropas del ejército cubano/castrista, y donde el capitán Henning, de la Cruz Roja de Cienfuegos había estado discutiendo con los soldados, tratando de evitar que le dieran un tiro en la cabeza a Hernández, que amarrado a una cama por uno de sus propios hombres el día anterior, pedía que lo ejecutaran y no lo “jodieran más.” Tres veces Hernández había sentido cuando le habían acercado una pistola a la cabeza. Cuando Castro entró en el único cuarto/salón que tenía aquella casa/bodega y café, se hizo un total silencio. Hernández no podía ver nada debido a su condición médica, pero oía y comprendía bastante bién lo que estaba pasando, y no podía aceptar el abandono y traición al cual habían sido condenados por sus supuestos aliados. Era en realidad un momento humillante, y Hernández quería morir. Castro, que había entrado acompañado de varios periodistas extranjeros, oyó a Hernández pedir que lo acabaran de matar y que no lo “jodieran más.” El intercambio que se suscitó fue exactamente el siguiente:
Castro: “Y por qué te vamos a matar?”
Hernández: “Ay… comunista hijo de puta!”
Castro: “Sí, comunista hijo de puta, pero te voy a mandar a un hospital para que te curen.”
Hernández: “Ay Diós, ya tiene montado el show de televisión.”
Castro entonces aparentemente se viró hacia otro invasor que también habían capturado en el área inmediata y le preguntó, “Y qué cosa le pasa a este muchacho que se está muriendo, y al cual yo no le veo ninguna herida grave?” El invasor le contestó, “ No, es que el es diabético.” Castro entonces le dijo a Hernández, “Pero muchacho, qué es lo que tú haces aquí?” Hernández le contestó, “Nada, jodiendo,” Castro le dijo entonces a uno de sus ayudantes que trasladaran a Hernández inmediatamente al Hospital de Cienfuegos, “Antes que de verdad se joda!”
Debido a lo que había tenido lugar, Hernández pasó a ocupar una situación muy especial entre los invasores capturados. Tan pronto despertó en el Hospital de Ciéfüegos más de una semana más tarde, Hernández oyó a los soldados y milicianos referirse a el como “el mercenario al cual Fidel le había salvado la vida.” Al mismo tiempo, Hernández decía a menudo que el no se había rendido. Dos meses más tarde Castro personalmente, después de hacer una visita al piso del Hospital Naval donde se encontraba Hernández, y con el cual sostuvo una breve conversació, de la cual fueron testigos varios invasores, entre ellos Juán Clark y Carlos de Varona, hospital todavía no terminado, y que sirvió como prisión de los invasores por un tiempo, ordenó al día siguiente a trasladar a Hernández al Hotel San Miguel, del Balneario de San Miguel de los Baños en la Provincia de Matanzas, para ver si esas agua minerales mejoraban la diabetes de Hernández. En ese pueblo Hernández fue dejado casi en libertad total, pudiendo reunirse libremente con gente que residían en el mismo. Dos meses después, en viaje de regreso a La Habana, y después de tener un incidente en la oficina del G-2 de Matanzas, en donde unos soldados y milicianos terminaron trayendo una soga para ahorcar a Hernández, después que este los insultó, diciéndoles que aunque el si le estaba agradecido a Castro por su gesto con el, el no le tenía que agradecer nada a la Revolución, que estaba destrozando al país, y que se estaba convirtiendo en una colonia soviética. El teniente del G-2 a cargo del caso de Hernández, con el cual Hernández había logrado establecer una relación amistosa, sacó a Hernández del lugar en medio de las discusiones y la amenaza, lo montó en su automóvil, lo llevo a el mayor hotel de Matanzas, que estaba situado en el parque principal, lo registró en el mismo, y le dijo que lo pasaría a recoger a las seis de la mañana. Hernández le preguntó al teniente, nombrado Angel Miguel Pérez, y que era de Coliseo, si podía salir a comer algo. Pérez le dijo que sí. Eran aproximadamente las siete de la noche. Hernández fue y se bañó, recogió sus medicinas y jeringuilla para la insulina, llamó a los autobuses Santiago-Habana, de los cuales su tío Emilio Campos (de Santa Clara) era abogado y parte dueño, y preguntó a que hora salía el próximo ómnibus para La Habana. Le contestaron que a las 9:05, que era servicio corriente, y que costaba un poco más de un peso. El autobús llegaría a La Habana a eso de la medianoche. Hernández, que sabía muy bién donde estaba la estación, decidió dar algunas vueltas por el centro de la ciudad, en caso que ya lo estuvieran siguiendo, y ya que se había percatado de la mirada tipicamente odiosa de los miembros del Partido Comunista de aquella época, y que a muchos hoy en día llaman “disidentes.” Hernández tenía un poco más de cinco pesos en el bolsillo. Hernández entró al teatro que se encontraba del lado opuesto al hotel, y estuvo sentado por unos 15 minutos, para ver si alguién “sospechoso” entraba a buscarlo. Al no pasar nada, Hernández salió del cine y se dirigió a un bar que estaba a unas dos cuadras en dirección contraria del hotel. Hernández se tomó dos rones con CocaCola, encendió un cigarrillo al salir del bar, mirando en dirección del hotel, caminó en dirección opuesta, y al llegar a la esquina abrió a correr hacia la estación de Santiago-Habana. Entre correr y caminar apresuradamente, Hernández llegó cuando ya el ómnibus había arrancado el motor. Entró al mismo, le pagó al conductor, y fue y se sentó al lado de una miliciana que el pensó era muy graciosa, y que estaba sentada en el asiento del pasillo de la fila donde estaba la salida de emergencia, que era donde el se quería sentar. Durante gran parte del viaje, Hernández y la miliciana hablaron de sus respectivos méritos revolucionarios, Hernández diciéndole que el había pertenecido a la milicia de la Universidad de La Habana, y que iba a recibir entrenamiento en Rusia por dos años, para volar aviones Migs, que en realidad habían comenzado a ser entregados a Cuba hacía poco tiempo. Cuando Hernández se bajó del ómnibus, en la estación terminal de La Habana, quizás debido a la buena ropa que tenía puesta, un individuo que estaba sentado al lado de la puerta/barrera de madera de madera que habían
construido en todas las puertas correspondientes, se le quedó mirando. Por supuesto, Hernández no llevaba equipaje alguno, y esto en sí quizás alerto al individuo, que Hernández pensó era miembro de alguna de las agencias de seguridad estatal. Hernández inmediatamente caminó hasta el individuo y le dijo, mostrando mucha autoridad, ”Me hace el favor compañero, que hora tiene?” El individuo le contestó inmediatamente, mientras Hernández lo miraba muy seria y firmemente. Cuando Hernández salió de la estación encontró que no había tal cosa como un carro de alquiler, entonces caminó hasta la esquina de la Universidad de La Habana que estaba justo frente al Castillo del Príncipe, donde estaban presos los restos de los miembros de la Brigada 2506 (menos aquellos en hospitales), y tomó un autobús de la Ruta 19 que pasó después de haber estado esperando una media hora. Pidió una transferencia para después cambiar para una Ruta 30 en la Calle 23, lo cual hizo. Hernández se bajó en la esquina de lo que había sido el Buró de Investigaciones, y frente al cual vivía su amigo de Belén, y compañero del clandestinaje, José Ramy, pero cuando le abrieron la puerta, la abuela de Ramy le dijo que Pepe acababa de caer preso hacia una semana. Hernández decidió atravesar el puente de la Calle 23 a pié, pero se dio cuenta que cuando estaba al final se le aproximaba lentamente un carro del G-2 con tres individuos a bordo. Hernández fingió que había tropezado y se había caido, y comenzó a levantarse en el momento que el carro paraba frente a el, y los tres individuos le miraban.
Hernández les dijo, fingiendo que tenía impedimento al hablar, “Compañeritos, tendrían ustedes un traguito por ahí?”
“Borracho de mierda!” le contestó el individuo sentado al lado del chofer, mientras el vehículo comenzó a alejarse rapidamente. Al llegar al final del puente, frente a la conocida casa de Alemán, Hernández tomó la primera calle a su derecha, y después de caminar unas siete cuadras llegó a su vecindario de la Calle 22 de La Sierra. Hernández fue a casa de dos amigas suyas para ver si lo escondían, pero la madre de Teresita Espósito le dijo que hacia unas dos semanas se había ido para los Estados Unidos, mientras que la cocinera de la casa de Elia Castellanos de Escarrá, vecina de Hernádez, le dijo que Sonia, una joven chica que también vivía allí, y que Hernández también pensaba pedirle ayuda para salir del país, también ya se había marchado para los Estados Unidos. Fueron los vecinos del lado opuesto de Hernández, los Blanche, los que inmediatamente invitaron a Hernández a entrar en su casa, y llamaron a casa de la abuela de Hernández, en El Vedado, donde se estaba quedando su madre. Celestino Blanche fue a buscar a la madre y la tía de Hernández, y cuando regresaron decidieron llamar a Berta y Ana María Ayala, antiguas amistades de la familia cuyo sobrino, Rafael Ayala, también había participado en la Invasión, y había logrado burlar los cercos tendidos alrededor de la Ciénaga de Zapata por las fuerzas castristas, y había logrado la protección de la embajada belga en La Habana. Las hermanas Ayala, y su anciana madre, que residían en Miramar, le dijeron a la madre de Hernández que inmediatamente lo llevaran a casa, de ellas, para entonces gestionar la entrada a la Embajada de Bélgica. Celestino Blanche llevó a Hernández hasta la casa de las Ayala. Fue la última vez que Hernández vió a su tía, Chela, y a su antiguo vecino, Celestino Blanche y su señora. Al día siguiente, Ana María y Berta Ayala partieron de su casa con Hernández, y se encontraron con el secretario de la embajada belga a pocas cuadras de la embajada, en donde Hernández pasó al carro de la embajada, y así llegó a la misma. Aproximadamente una semana después, Hernández pasó a la embajada argentina, en donde oficialmente se le concedió asilo político. Seis meses más tarde el gobierno cubano le otorgó a Hernández el salvoconducto necesario para salir del país. Fue el 4 de enero de 1962, cuando Hernández vió a Cuba por última vez.
Desde su salida de Cuba, Hernández, estando estudiando en LSU (Louisiana State University), junto con otros estudiantes cubanos de la misma y de otras universidades, fundaron la Federación Estudiantil Cubana, que estuvo regida por una asamblea electa democráticamente por las delegaciones de las 31 universidades que participaron en ella. Hernández fue electo Secretario-General, posición que ocupo durante un año (1980-1971) Hernández se graduó en Planificación Urbana, de Transporte, y Ambiental (BS) de Florida International University en 1975. Ha llevado a cabo varios estudios de factibilidad de aviación y de ferrocarriles de pasajeros, y ha testificado muchas veces en asuntos de sistemas ferroviarios en el Congreso de los Estados Unidos, en el Interstate Commerce Commission, y en audiencias públicas estatales y regionales en la Florida (sistemas del Tri-Rail y Metrorail, y los servicios una vez existentes o propuestos Miami – Tampa, Miami/Tampa – Chicago, y Jacksonville – New Orleáns), Georgia (servicio descontinuado y nuevamente propuesto Atlanta – Macon - Savannah, y Atlanta – Chattanooga), y
Tennessee. Hernández también llevó a cabo en el estado de Nueva Cork el llamado “Adirondack Railway Study, para re-establecer servicio entre Utica y Lake Placed, en el norte del estado. En el campo de la aviación comercial, Hernández ha escrito varios estudios de factibilidad, y ha mostrado la influencia negativa para el sureste americano, pero sobre todo para Miami, de la existencia y continuo desarrollo del gigantesco-centro operacional de Atlanta (Delta Air Lines), que solo responde a los intereses financieros de esa ciudad, pero que seriamente daña el transporte aéreo entre otras ciudades de la región.
Hernández analiza a menudo el futuro del transporte nacional en Cuba, evaluando objetivamente los sistemas de transporte públicos, y las comunicaciones aéreas y marítimas con el exterior.
Hernández es un estudioso, y ha escrito varios artículos sobre la historia de la Florida española. Corrigiendo a menudo lo que el considera es desinformación histórica sobre la misma existente en los Estados Unidos, y diseminada maliciosamente por la prensa y la industria fílmica norteamericana.
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